Un vaso con agua surge como respuesta a la deconstrucción de una rutina: conversar por videollamada con mi abuela.
La anti-rutina debía ser lo suficientemente convincente como para que modificara las motivaciones y espacio en el que se desarrollaba el relato, pero a su vez, lo suficientemente sutil como para que fuera casi imperceptible para "Yima". Quería crear un espacio de calma y para esto, necesitaba un objeto o gesto que ella pudiese relacionar con la serenidad o la pausa. Es así, como llegué a lo mínimo que pides cuando tu cuerpo se encuentra cansado: Un vaso con agua.
Las conversaciones sobre sus recuerdos como trabajadora sexual quedaron entonces condicionadas a lo que “Yima” tardase en tomarse Un vaso con agua.