Derrama Besada corresponde a la transcripción de dos conversaciones con "Yima", mediadas por lo que ella tarda en tomarse un vaso con agua. Esto, en búsqueda de hidratar la palabra y generar un espacio de reposo y descanso para la memoria. 
Lo explico detalladamente aquí.
Imprimo su relato en aproximadamente 300 páginas, pero en búsqueda de proteger su discurso decido besarlo. 
Es así como, Derrama besada se configura como un encuentro voz a voz en el que el movimiento de mis labios cambia dependiendo de la huella que quiero dejar registrada. Un movimiento más rápido es un beso no percibido, ni auditiva, ni visualmente. Un beso prolongado, suena a hoja arrugada y a palabra consentida, es un beso que deja una huella calcada centímetro a centímetro. A su vez, la presión es importante. El juego en la disposición de los besos. Uno allí y otro aquí. Censuro una palabra mientras develo otra.
¿Aquel beso en el que he quedado con la boca entreabierta parece una vagina? Si, deja entrevisto en el hueco donde reposan mis dientes la frase: “éramos felices” y más abajo, justo en la comisura de la boca, se lee: “porque al terminar, comíamos pollo”. Pedía disculpas al papel que trataba con una mano más pesada, mientras que a otros, los acariciaba tanto con la punta de mis dedos como con la primera capa de labial rojo carmín que ahora se encontraba por todo mi rostro. ¡Ah! no puedo lamerme los labios, me sexualizan y además humedezco de más el discurso. Continuaba. Un beso o dos, tres o cuatro, mientras que a algunos otros, apenas los tocaba. Unos besos con consciencia, con fuerza, con destreza, con amor a ella y a su silencio convertido en discurso.
Mientras besaba las 300 páginas de papel verjurado, quería leer en voz alta, gritarlo todo, decirle a todas y todos que la definición de valentía estaba detallada en esas palabras y que yo solo era una simple humana con las piernas cruzadas en la mitad de una habitación.
Al terminar tenía rojo hasta en los ojos. La memoria recuperada de “Yima” se encontraba protegida debajo de una manta tan suave como la voluptuosidad de unos labios.
La pieza final corresponde a una retícula con todas las hojas de papel dispuestas de menor a mayor en términos de cantidad de mancha. Me interesaba jugar con el espectador. Oculto más en las piezas que se encuentran en la parte inferior y a la altura de los ojos, pero aquellas páginas que cuelgan más arriba de la mirada de los ojos, se encuentran menos manchadas. Sea cual sea el lugar en el que se mire, la complejidad para leer el relato era la misma. El rojo se derrama y decanta en la base del muro de palabras.
Una historia que ha sido difícil de contar y que se ha empolvado por más de 30 años, debe resultar difícil de leer.

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